Sigamos con las catequesis
semanales que comenzamos esta primavera. En la última, hace quince días, hablé
de Pedro como el primero de los apóstoles; hoy quiero volver otra vez a esta
gran e importante figura de la Iglesia. El evangelista Juan, al relatar el
primer encuentro de Jesús con Simón, hermano de Andrés, señala un hecho
singular: Jesús, «mirándolo, dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te
llamarás Cefas (que se traduce ‘Pedro’)”» (Jn 10, 42). Jesús no acostumbraba a
cambiar el nombre a sus discípulos. Si exceptuamos el apelativo de «hijos del
trueno» que dirige en un caso concreto a los hijos de Zebedeo (cf. Mc 3, 17) y
que no vuelve a usar, Él no atribuyó nunca otro nombre a ninguno de sus
discípulos. En cambio, lo hizo con Simón, llamándolo de Cefas, nombre luego
traducido en griego por Petros, y en latín
por Petrus. Y fue traducido
precisamente porque no era solo un nombre; era una «orden» que Petrus recibía del Señor. El nuevo
nombre de Petrus aparecerá varias
veces en los Evangelios y acabará sustituyendo al nombre originario de Simón.
El dato cobra especial relevancia
si se tiene en cuenta que, en el Antiguo Testamento, el cambio de nombre por lo
general anunciaba el encargo de una misión (cf. Gé 17,5; 32,28 ss., etc.). De
hecho, la voluntad de Cristo de atribuir a Pedro un papel especial dentro del
Colegio apostólico queda demostrada en numerosas pruebas: en Cafarnaúm, el
Maestro va a alojarse a casa de Pedro (Mc 1, 29); cuando la multitud se
arremolina en torno a él a orillas del lago de Genesaret, entre las dos barcas
ahí atracadas, Jesús elige la de Simón (Lc 5, 3); cuando en determinadas
circunstancias Jesús se hace acompañar solo de tres discípulos, Pedro siempre
es mencionado como el primero del grupo: así sucedió en la resurrección de la
hija de Jairo (cf. Mc 5, 37; Lc 8, 51), en la Transfiguración (cf. Mc 9, 2; Mt
17, 1; Lc 9, 28) y, por último, durante la agonía del Huerto de Getsemaní (cf.
Me 14, 33; Mt 16, 37). Y aún hay más: cuando se dirigen a Pedro los cobradores
del impuesto del Templo, el Maestro solo paga por sí mismo y por él para que no
pierda la fe y pueda probar en ella a los demás discípulos (Cf. Lc 22, 30-31).
Además, el propio Pedro es
consciente de su particular posición: a menudo, en nombre de los demás,
interviene pidiendo una explicación de una parábola difícil (Mt 15,15), o el
sentido concreto de un precepto (Mt 18, 21), o la promesa formal de una
recompensa (Mt 19,27). Él es quien resuelve ciertas situaciones al intervenir
en nombre de todos. Así, cuando Jesús, dolido por la incomprensión de la
multitud después del discurso sobre el «pan de vida», pregunta: «¿También
vosotros queréis marcharos?», la respuesta de Pedro es perentoria: «Señor, ¿a
quién vamos a ir? Tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-69). Igualmente
decidida es la profesión de fe que, también en nombre de los Doce, hace en
Cesarea de Filipo. Cuando Jesús pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?», Pedro responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,15-16).
En respuesta, Jesús pronuncia entonces la declaración solemne que define, de
manera definitiva, el papel de Pedro en la Iglesia: «Y yo por mi parte te digo:
tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del averno
no podrán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y lo que
ates en la tierra, quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra,
quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 18-19). Las tres metáforas a las que
Jesús recurre son en sí mismas muy claras: Pedro será los cimientos de piedra sobre los que se apoyará el edificio de la
Iglesia; él tendrá las llaves del
reino de los cielos para abrirlo o cerrarlo a quien le parezca apropiado; por
último, él podrá atar y desatar, es
decir, podrá establecer o prohibir lo que considere necesario para la vida de
la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre será la Iglesia de Cristo,
y no de Pedro. Esto que está descrito con imágenes tan plásticas ilustra lo que
la reflexión posterior ha calificado con el término de «primado de
jurisdicción».
Esta posición preeminente que
Jesús quiso conferirle a Pedro se verifica también después de la resurrección:
Jesús les encarga a las mujeres que lleven el anuncio a Pedro, al margen de los
demás apóstoles (cf. Me 16,7); hacia él y hacia Juan corre la Magdalena para
informar de la piedra movida en la entrada del sepulcro (cf. Jn 20,2), y Juan
le cederá el paso cuando los dos lleguen ante la tumba vacía (cf. Jn 20,4-6);
luego será Pedro, entre todos los discípulos, el primer testigo de una
aparición del Resucitado (cf. Le 24, 34; 1 Cor 15, 5). Este papel, subrayado
con decisión (cf. Jn 20,3-10), marca la continuidad entre su preeminencia en el
grupo apostólico y la preeminencia que seguirá teniendo en la comunidad nacida
con los sucesos pascuales, como testimonia el libro de los Hechos (cf. 1,15-26;
2,14-40; 3,12-26; 4, 8-12; 5,1- 11.29; 8, 14-17; 10; etc.). Su comportamiento
se considera tan decisivo como para ser el centro de las miradas y también de
las críticas (cf. Hech 11,1-18; Gá 2,11-14). En el conocido Concilio de
Jerusalén, Pedro desempeña una función directiva (cf. Hech 15, y Gá 2, 1-10) y,
precisamente por ser testigo de la fe auténtica, el propio Pablo le reconocerá
cierta cualidad de «primero» (cf. 1 Cor 15, 5; Gá 1, 18; 2, 7 s.; etc.).
Además, el hecho de que varios textos claves referidos a Pedro puedan ser
interpretados en el contexto de la Última Cena, en la que Cristo le confiere a
Pedro el ministerio de confirmar a los hermanos (cf. Le 22,31 s.), muestra cómo
la Iglesia que nace del memorial pascual celebrado en la Eucaristía tiene en el
ministerio confiado a Pedro uno de sus elementos constitutivos.
Esta contextualización del
Primado de Pedro en la Última Cena, en el momento constituyente de la
Eucaristía, Pascua del Señor, indica también el sentido último de su Primado:
Pedro, por todos los tiempos, debe ser el custodio de la comunión con Cristo;
debe guiar en la comunión con Cristo; debe preocuparse de que la red no se
rompa y pueda perdurar la comunión universal. Solo juntos podemos estar con
Cristo, que es el Señor de todos. La responsabilidad de Pedro es garantizar la
comunión con Cristo, con la caridad de Cristo, guiarnos en la realización de
esta caridad en la vida de cada día. Recemos para que el Primado de Pedro,
confiado a pobres seres humanos, pueda ejercerse siempre con este sentido
originario deseado por el Señor y pueda ser siempre mejor reconocido en su
verdadero significado por hermanos que todavía no están en plena comunión con
nosotros.
(Audiencia general, 7 de junio de
2006, plaza de San Pedro)
Benedicto XVI, Los apóstoles y
los primeros discípulos de Cristo, Bs.As., Espasa-Calpe, 2009, pp. 69-72
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